En los márgenes de mayo

No veías amapolas, y las echabas de menos. ¿No era en abril? Transitas el itinerario contemplando los límites desiertos de tu cuerpo. Conduces guiada por los márgenes y atraviesas el alba de un verde páramo. Cada día formulas la misma pregunta. ¿No han notado el soplo fructífero de Céfiro? ¿Dónde está el rojo que encarna las quimeras imposibles?

Un recuerdo te lleva a los campos de amapolas de tu infancia y evocas el momento preciso de un entretiempo. Estás situada a campo abierto, te rodean cientos de ellas. Sonríes. Contemplas la visión a tu alrededor. Sus ligeros pétalos danzan con la fina brisa y puedes ver su fragilidad. Sí, es delicada, ella lo sabe y en los inviernos una piel áspera la cubre y protege. Pero llega Céfiro y éste siempre le despierta la curiosidad, sin poderlo evitar como una crisálida rasga y rompe el baluarte.

Emerge.

El maravilloso espectáculo de la coreografía escarlata te invita a unirte y bailas entre la primavera a descubrir. Sí, llega mayo, el mes en el que puedes hallar, entre los límites de la calzada, el rojo deseado.

¿Emerges?

Tres segundos sin tiempo

Me hallo situada en la latitud exacta para enumerar el intervalo de tu mirada. Sí, ese preciso momento en que se entrelazan, danzando entre los armónicos, en medio de los segundos sin tiempo. Abro un espacio entre los horizontes que interpelan la palabra. Interrumpo mi danza habitual para deambular entre el silencio y sumergirme en el misterio de la quietud suspendida. Me hallo en un lapso adentrándome en la esfera del estar sin estar. Respiro cómodamente entre los cálculos matemáticos que no explican nada y trazo vectores que me sitúan ante la distancia exacta de tu perfil.
Miro.
¿Cuantas veces me has hallado aquí?

Vientos suaves que susurran

Camino en el mes que anuncia, entre signos inequívocos, la llegada de la primavera. Emparejada con el mar se siente más cercana, el silencio habitual del alba queda roto por el gorgoteo feliz de las aves que habitan a pocos metros de mi almohada. Me despiertan y sonrío. Me gusta oírlas. Todavía no ha cambiado la hora y son las siete cuando deberían ser las seis. Sí, madrugan mucho para ofrecer el canto primaveral que despierta a céfiro de su sueño. Salgo al jardín y sé que algo está cambiando, cada una a su manera se prepara, la hortensia me muestra que el invierno se está quedando atrás. El verde calmo me invita a pasear entre los brotes minúsculos de un porvenir. La veo desde la ventana donde cocino, Cada día, de puntillas, fisgo un poco. A veces, parece que nunca finaliza el invierno. Pero llega el día. Y te ofrece la promesa del reverdecer. No sabes si este año florecerá. Pero has estado tan preocupada por los brotes secos de bóreas que no te importa, sabes que ha sobrevivido al frío gélido que a veces te nubla.

De vez en cuando llego a olvidar la brisa cálida del viento del oeste. El viento griego que trae la promesa. El más suave, el que me susurra al oído y me muestra veredas vírgenes que no conocía. La luz emerge dorada y miro maravillada el espectáculo. Estoy sentada en la media tarde de un día de marzo. Camino unos pocos pasos y el arco iris se dibuja entre los edificios. Sonrío. Siempre me pareció mágico. Llego a casa y las ranas, sí, las ranas situadas al sur, croan. Me gusta oírlas en el fondo de un paisaje que desconozco. Me acompañan acompasando mis pasos hacia la puerta. Abro a la primavera y deseo tu llegada.

Desaprender

Me enseñaron que la tierra era redonda, una circunferencia que se podía dibujar con el compás. La bola del mundo que hacía girar y girar en casa era así. Y me lo creí. Me enseñaron muchas cosas y me las creí. A pesar de ello podía ver una línea recta en el horizonte mirando el mar. El mar, ese lugar dónde el infinito se dibuja difuminado entre los azules de la caída de la tarde. Una fina línea, casi imperceptible. El fino linde ilimitado por dónde navegar. Ir más allá. Desaprender. Sí, a veces es necesario y urgente mirar hacía todos los convencimientos y dudar de ellos. De las circunferencias y las líneas rectas. Dudar hasta de los límites que se ciñen entre tu piel. Del itinerario marcado en los mapas estudiados.

Despliego el atlas y recorro con la yema de los dedos los senderos, juego entre las curvas que marcan las acrobacias vitales que acostumbran a estar presentes en mi biografía. Cuando juego así siempre acabo riendo, no puedo evitarlo. Me divierte verme a mi misma desplegando el mapa y pensándome como equilibrista o malabarista que camina por un mundo que creía perfecto y redondo. Es entonces cuando imagino la quilla de la nave que lleva hacía el horizonte desdibujado en lo desconocido. ¿Vamos?

Calígine

Paseo entre los blancos del confín prodigioso. En equilibrio. Me siento acróbata entre todas las tonalidades. Entre el encuadre de una luz que desvela y adormece. A la vez. En el vaivén descubro una nueva palabra: calígine. Un bonito término que te sitúa entre la niebla y la ignorancia. En un estado primigenio. Y sí, desconoces multitud de elementos, aunque zurces, hilvanas e intentas pespuntear líneas entre los níveos desvelos de tu ser. Perteneces a una condición que te lleva a desaprender caminos sabidos. Nunca lo has podido evitar. Te gusta el desvelo. Te gustan las brumas y el caos que contienen. Te gusta clasificar, ordenar, desglosar, analizar para poder perderte nuevamente una vez más. Por eso te cautiva el caos. No obtener nada, dejarlo ir. Te volveré a encontrar, pienso, entre la distancia exacta que te separa de mí.

Te encuentras en ese momento exacto y preciso en el que sonríes. Recuerdas el hilo de una conversación. El vaivén. Las latitudes y longitudes de tu naturaleza que, a veces, no se pueden medir. No siempre se trata de ser, en ocasiones sólo se trata de estar. Mirando en derredor, permanecer. Quieta. Habitando las brumas blancas de un febrero que se eclipsa, una y otra vez. Miras el pomo. Abro la puerta. Por un instante vuelvo a calígine para conocer tu infinito. ¿Es el mío?

Febrero

Ha llegado febrero, ese mes entre el invierno y la primavera. Me sitúo en el meridiano, en el mediodía de las cosas porvenir y las pretéritas. En el linde en el cual puede todo puede acontecer. Podría ser de otra manera, pero estoy tranquila situada en ese hilo fino que me separa de céfiro y de bóreas. Recorro la hebra de color nacarado, diviso los perfiles del horizonte, a uno y otro lado. Respiro. Vuelvo a caminar sonriendo a las formas que se dibujan en el horizonte, en uno y otro lado. La abstracción se prolonga entre formas magentas y azules. ¿No era noviembre el mes extraño? No hay nada fuera de lo común, ni tampoco ninguna sorpresa y sin embargo te lo preguntas. Quizá es el primer febrero en que te miras caminando por un hilo nacarado y eso te sorprende. Busco en el diccionario etimológico: «februo» -purificar-. Justo en ese instante se dibuja una sonrisa en mi rostro. No puedo parar y descubro que purificar es un término complejo y se sitúa entre la pureza del fuego y la purgación. Según criterios. Febrero era, en Roma, con todo lo que puede comportar, el Festival de la Purificación. Río y enciendo la mecha.

Entre la maraña

Te sitúas buscando el lugar entre la maraña. Las líneas que se trazan a tu alrededor te invitan a recorrer espacios infinitos. Te sientes pequeña, diminuta, una equilibrista atravesando terrenos vírgenes del sueño de la media tarde. Aun así, reducida al paisaje que te envuelve, das un paso en la transparencia, entornando los párpados como si quien alza la impronta fuese otra. Delicadamente, sin querer queriendo. Caminas. Entre la línea más fina y sutil, en aquella que te sitúa en el balcón de las mañanas en que el arco iris se dibuja en el horizonte. Te quieres ubicar justo en el punto que te permita danzar, jugar a ser una contorsionista que se desliza suavemente. Te quedas detenida, mezclada entre el caos, eres, sin ser, una nube suave del color gris intermedio. El todo y la nada. Diste el paso. Te sumergiste deshaciendo caminos marcados. Envuelta, virando, en espiral hacía todas las direcciones posibles, te encuentras intentando nombrar los caminos. ¿Situarse puede ser transformase en una nube suave que cruza horizontes sin mapa que seguir?. Lo anotas, lo guardas en la caja secreta y duermes soñándote peregrina.

Entre las nubes de un mapa

Memorizas cada uno de los signos que se reflejan entre el nimbo blanco del atardecer. Son siete. A través de las formas algodonadas observas cómo se desliza un interrogante y se sitúa justo a tu lado. Observándolo de soslayo recuerdas esa sensación que te acomoda entre la quietud y el impulso. En ese breve lapso surgen, como de la nada, todas las preguntas a la vez. Me rodean mientras permanezco sentada junto a él, inmóvil. Parecen bailar, se mueven de forma sinuosa y entonan ensalmos extraños. ¿Esperan una respuesta? Me digo en susurro inaudible. Sigo quieta. El horizonte se dibuja y puedo contemplar a mi navío surcar el mar de dudas. Sonrío y aparento normalidad – si es que existe –. Ha llegado el momento. Pregunto al diccionario de la RAE qué es eso de la normalidad y me sorprende, como siempre, con su respuesta. Parece ser que tiene que ver, además de con las normas y reglas, con la forma natural del suceso. Ya puedo reír, he entrado otra vez en la espiral, busco natural. Me gustaría entresacar un significado, pero…

1. adj. Perteneciente o relativo a la naturaleza o conforme a la cualidad o propiedad de las cosas.
2. adj. Nativo de un lugar. U. t. c. s.
3. adj. Dicho de una cosa: Que está tal como se halla en la naturaleza, o que no tiene mezcla o elaboración. Madera, zumo natural.
4. adj. Dicho de una persona: Espontánea y no afectada. Es una joven natural y sencilla.
5. adj. Dicho de una cosa: Que imita a la naturaleza con propiedad.
6. adj. Regular y que comúnmente sucede.
7. adj. Que se produce por solas las fuerzas de la naturaleza, como contrapuesto a sobrenatural y milagroso.
8. adj. Dicho de un señor: Que tenía vasallos, o que por su linaje tenía derecho al señorío, aunque no fuese de la tierra.
9. adj. Dicho de un período de tiempo: Válido o computable para realizar una actividad, especialmente administrativa o judicial, sin tener en cuenta si es hábil o no. Tiene cinco días naturales para aportar documentación.
10. adj. Mús. Dicho de una nota: No modificada por sostenido ni bemol.
11. adj. Taurom. Dicho de un pase de muleta: Que se hace con la mano izquierda y sin el estoque. U. t. c. s. m.
12. adj. eufem. Ec. Nombre que se dan a sí mismos los indígenas.
13. adj. Filip. Dicho de un hijo: De padre y madre indígenas, a diferencia del mestizo.
14. m. Genio, índole, temperamento, complexión o inclinación propia de cada uno.
15. m. Instinto e inclinación de los animales irracionales.
16. m. Esc. y Pint. Modelo real que el artista reproduce en su obra. Copiar del natural las ropas. Pintar un paisaje del natural.
17. m. desus. Patria o lugar donde se nace.
18. m. desus. Físico, astrólogo o naturalista.

¡Tantas acepciones! Descubres que puedes ser una joven espontánea y no afectada, que lo natural puede ser tal y como se halla en la naturaleza o imitarla con propiedad. A partir de hoy la música natural siempre será aquella que no ha sido modificada por sostenido ni bemol, aunque no distingas ni sostenidos ni bemoles. Y que inevitablemente serás siempre indígena de algún lugar a pesar de los miles de mestizajes. Mi genio, índole y temperamento serán siempre una inclinación propia, así que inevitablemente seré natural. Me quedaré quieta por dentro, suspendida en determinados interrogantes, sonriendo y encarnando mi capacidad de resolver enigmas prendidos entre las nubes de tu mapa. ¿Me invitas a caminar por él?

De rituales y sueños

Lentamente el vapor cubre la ventana que mira hacía el jardín y en ella se dibuja un nuevo año. Es el ritual. Tu biografía se compone de ritos heredados y los que vas creando en los días que marcan compases. Uno, dos, uno, dos. Empieza el baile y te sitúas en el mediodía de lo desconocido, en el lugar exacto y preciso donde los minutos danzan. Un, dos, tres, un, dos, tres. Giro. Se sitúan en el hilo que cruza el espacio que te separa del porvenir. Justo en el linde. El intervalo se acelera y los segundos entran en el escenario para descontarse de tiempos pasados. Y sonríes, no sabes porqué pero sonríes. Ya está, estamos en ese momento mágico, frente a la arista por inventar, del mapa por trazar, de todos los momentos necesarios por vivir. Se cruzan las miradas, se alzan las copas y deseas ese transcurrir una y otra vez. Agradeces los instantes, guardas el momento en la arca del tercer cajón y duermes suavemente.

Ropa vieja a la que abandonar

Soy caótica. Mi cabeza es un lugar de enlaces, como una estación de metro, donde se cruzan miles de representaciones a la vez. Algunas ideas, a veces, pasean rápidas, se entrecruzan, se miran, se sonríen y siguen su camino. Otras se detienen y sólo observan, desde el punto exacto donde se tejen las biografías. Contemplan el ir y venir. Saludan. Saludar. Salutare. Sol. La etimología siempre te sorprende y descubres que la raíz de la raíz -la indoeuropea «sol»- significa entero. Deseas esa entereza para muchas de ellas, mientras las ves internarse en la nada, subiendo y bajando las escaleras, atropelladas por el día a día. Hilar no siempre es fácil, aunque te hallas situada en la localización precisa, en el centro de la terminal, en parada técnica observando y sosteniendo las hebras entre las yemas de los dedos. Trenzas caminos. Los miles de trazados por dónde transitar siguen dibujándose en el horizonte.

Ey… ¿Hacía dónde vas? Hacía allí que se vislumbra el color. No sé, simplemente voy. Sigo a la primera. Busco la salida. Cada mónada tiene su respuesta. Relego el centro y me voy con la que ve colores, ya sabéis que me fascina el color, sigo su dirección y me interno en el túnel. He salido del eje, una vez más sin saber adonde me dirijo. Es el caos diario, el movimiento continuo que me adormece cada día justo en el momento preciso para soñar con leones en el jardín, aviones que despegan, mundos que desconozco y armarios de ropa vieja a la que abandonar.