Eres pequeña, casi minúscula

Eres pequeña, casi minúscula cuando imaginas el planeta, los kilómetros a recorrer. Eres minúscula, casi invisible cuando imaginas el universo, los años luz por visitar. Y te sitúas en esa mínima expresión frente a un cielo azul y radiante. Cuando eras niñas tratabas de imaginar que habitabas en el gineceo de una flor. El mundo se medía así. ¿Qué pasaría si el universo que me rodea fuera como el de la flor? Me convertía en cosmos gigante, la acogía en la palma de la mano y medía distancias imaginarias. Mirando fijamente el polen trataba de verme desdoblada en su interior, correteando, un puntito casi irrisorio que saludaba y bailaba. Si yo soy tan pequeña, ¿cómo debe ser el mundo que desconozco? Era tan grande mi fantasía que siempre se perdía en algún espacio-sin-tiempo. En esa edad, el recorrido más largo que había realizado eran 700 kilómetros. La distancia que me separaba de mi familia de Francia. Observaba en la bola del mundo que era una distancia muy corta. La esfera se convertía en el gineceo y medía distancias, trataba de situarme, de saber donde me encontraba y en relación con qué. Era difícil, no conocía todas las tierras por dónde se puede andar. Quería conocer, sobre todo conocer. Con lo que implica: comprender, percibir, ver, saber que todo puede ser distinto a lo que conoces. Mirando la flor en la palma de la mano, todo me parecía enorme. Todo lo que rodeaba era desmesurado. El tiempo pasa y sigues siendo pequeña, casi minúscula, aunque has logrado llegar a recorrer 6.099,75 km y has visto qué hay más allá del océano. Ahora sabes que no podrás recorrer todos los confines, ni conocer a todas sus gentes. Ni tienes que medirte en relación con nada. No caben las distancias, sólo permanecen las cercanías. Y cuidas tu mundo, aquel que puedes acariciar con la yema de tus dedos. Es pequeño, como tú.

Del dulce noviembre al magenta

Han pasado dos años del último noviembre, bueno, en realidad ese pasó desapercibido, de puntillas, casi sin hacerse notar. No fue un noviembre dulce, extraño o singular, fue uno más, como cualquier otro.

El siguiente ni pasó, en el año de los momentos precisos no existe noviembre. No puedo recordar ningún porqué, simplemente no residió en casa, me despisté. Estaba tan distraída que no lo vi pasar. ¿caminó sigilosamente? o quizás me hacía señales y no las vi. A veces me despisto. No veo los indicios o señales que deja marcando en su paso. ¿Dejaste señalado el camino? ¿De qué color era?

Este año sin embargo, al abrir la puerta del jardín interior, el estallido magenta me recordó la maravilla del otoño, el de la planta que me regala su floración en el onceavo mes. Hoy es noviembre y todo se convierte en una suerte de gamas coloridas que alegran el gris del cielo. Cruzo el umbral y veo el estallido de color que inunda cada uno de los rincones del vergel, es, en singular, los mil matices que revolotean y me hacen sonreír. No puedo evitarlo.

Ahora que lo pienso, ella fue la que lo cambió todo. Su llegada significó vivir otros noviembres a los habituales. Hoy, sólo ella me recuerda la singularidad del mes extraño, en sordina, como una leve reminiscencia, sin dolor, ni lágrimas ni reproches. Busco los pasados, y descubro que no recordaba Bérgamo ni los rojos donde empezó todo, ni la Venecia sumergida, ni las gotas doradas que inundan los cielos mientras recorro desazones. No he deseado las maletas, no lucho en el magma espeso del grana. Me ha despojado de números y cifras. Su desnudez me ha convertido en viento, en alguien que sonríe sin poder evitarlo ante el prodigio del color, ese que no tiene traducción.

Caminar entre lindes

Tienes la sensación de caminar en el linde de una cuerda que marca un compás de algo que no comprendes. Vadeas de un lado a otro intentando mantener el equilibrio. Nunca ha sido fácil el equilibrio. Por ello te despojas de todo lo superfluo, intentas andar sin cargar con todo aquello que no te pertenece. Mirar hacia delante. Te detienes, miras alrededor para saber dónde te hallas, en que mundo vives y si puedes dar el siguiente paso. Ese linde que flojea y sobre el que haces equilibrios te recuerda algo que veías desde la ventana de tu infancia. Unas cuerdas sobre las que se colgaba la ropa recién lavada. Sonríes. Al asomarte a la ventana, entre las cuerdas, veías el patio donde se acumulaban todo tipo de trastos y enseres. Era tu patio del juego. Allí inventabas historias y hacías sonar los bidones de agua para invocar a toda la vecindad. Despertad.

Es allí, en el patio convertido en jardín, donde se hallan entremezcladas tus esculturas de la escuela con los bastones decorados de tu padre y las plantas que tu madre mima y cuida, entre muchas otras cosas. Ahora también es la puerta de entrada de tu casa, tu casita más bien. Si miras hacía arriba, ya no existe la ventana, no están las cuerdas de la ropa, no existe la ventana ni la habitación donde conociste a los monstruos y tocaste el órgano eléctrico pintado en una madera. Todo ha desaparecido y, sin embargo, sigue siendo tu hogar. Todo puede cambiar, todo es mutable, pero sigue siendo el sitio donde puedes volver, allí se sitúa el centro del compás que puedes comprender para seguir caminando. Es allí.

Entre días y verosimilitudes

Ando algo despistada, los días se me confunden, los lunes suelen ser sábados y los martes domingos. Aunque a veces, los miércoles son sábados, el domingo ha desaparecido y se ha convertido en martes… Así hasta el finito, intentado atrapar las combinaciones que se pueden hacer con el calendario gregoriano. El tiempo de vida no se corresponde con la convención. Tampoco con el reloj. Ese instante eterno o los años fugaces, los días cambiados, la mirada perdida, el sueño por llegar, tan real y palpable que lo puedes acariciar detenidamente. Ayer me imaginaba con todas las contradicciones posibles, ese ser de fuego de la lágrima frágil, caminando entre itinerarios marcados, desvíos posibles, fascinaciones y saltos al vacío. En realidad he acomodado el calendario a ese caminar errático, singular, raro e incluso a veces inverosímil. Me detengo entonces en el término inverosímil, ya sabéis que me gusta jugar con las palabras. Inverosímil es lo inverso de verosímil y, por supuesto, busco en el diccionario a donde me lleva verosímil. Es algo que tiene apariencia de verdad o, creíble por no contener falsedad. O sea que inverosímil no tiene apariencia de verdad y tampoco es creíble. ¿Qué hago entonces deambulando por lugares inverosímiles? ¿Ya me he vuelto a perder? Me río en sordina. Que no tenga apariencia no significa que no sea verdad, que no sea creíble no significa que no sea real. Sigo mi camino hacía un sábado que será lunes y seguiré despistada esperando tu encuentro.

Volver a pintar

Hace algunos años, quizás más de una década, sí, más de una década, deshice el camino andado. Desarmé un espacio, el lugar del diálogo, de la charla entretenida entre apariencias, estructuras, hechuras y colores. Esos perfiles extraños donde extraviarse y, a veces, confundirse en un monólogo. Dejé de estar ahí. Me fui. La huida me pareció lo más adecuado. A veces huir es absolutamente necesario, urgente. La fuga, siempre me pareció cobarde hasta descubrir el sinónimo de liberación, de escape, de lucha. Algunas veces se debe abandonar, tan rápido cómo es posible. “Escaparse por la esquina que aún está por inventar”, escapar de ti, de tus permanencias sin sentido, del quedarse por estar, del perpetuar en una representación arquetípica que crees conocer. No puedo ser ejemplar, no soy ejemplo de nada me digo y lo repito en estribillo.

Conoces el camino de vuelta, lo aprendiste de memoria, no dejaste migajas que seguir pero lo gravaste en una tinta indeleble, la invisible que sólo puedes ver cuando arde el papel. Sabes del fuego y como hacerlo arder. Conoces el agua, eres agua también. Juegas entre los dos elementos, como una equilibrista transitando en un hilo fino. Miras la habitación rosa e imaginas cómo se sitúan los principios, como se instaura el óleo blanco, la madera, la caja de colores, los lápices, los pinceles y la silla. Todo tiene su lugar. Todo vuelve a tener un lugar.

Haces arder el papel, lo necesario para ver la cartografía de tu deriva. Atraviesas la esquina a recorrer y borras los antiguos vestigios del caos y el silencio que contenía. La armonía de las esferas resuena y el lápiz se apresura siguiendo los compases entre aguas mansas. Vuelves a pintar.

Ciclos de Saturno

La memoria, a veces, confunde edad y años. Siempre voy con retraso, no puedo evitar descontarme, nací en diciembre. Acabo situándome por personas, situaciones y lugares. La vivencia del primer ciclo de Saturno fue el año que crucé el umbral para situarme ante una imagen colgada en una pared blanca. No entendí nada. En ese momento verbalicé -no sé muy bien porqué – que yo algún día colgaría mis imágenes en las paredes. Estaría allí sin estar. Me pareció algo maravilloso. Ese mismo año, mes o día escribí en una libreta -que todavía conservo- que “era una artista sin saber porqué”. Esa interrogación desde entonces me persigue. Quizás me gustan las preguntas sin respuesta. Puede que haya preguntas sin respuesta. A veces, sólo a veces, ni te preguntas. Saturno ha dado toda la vuelta, salimos del segundo ciclo vivido. Son más de treinta años. Me queda la risa, las preguntas, los lugares y las situaciones. Hoy transitaba, por una de las miles razones por las que camino por la ciudad que acogió un naufragio, cámara en mano, retratando lugares. Y estaba situada delante de un lugar de mi memoria sin estar, un paso adelante. Me detengo. Un paso hacía atrás, ayer hablé de él. Era aquí, sí, fue mi lugar favorito del silencio y la calma. De la piedra y el verde. De la cura. Estar sin estar. El espacio detenido, la mirada perdida, el no-lugar. Hoy Saturno comienza su retorno y se va, rompo el cristal y se cae el líquido que impregna el vestido rojo. Pero fotografío el lugar y sigo mi camino. He colgado imágenes en paredes blancas y… las volveré a colgar. Las preguntas… siempre me acompañan. He descubierto que me gustan. Son treinta años más.

Cruzas la frontera

Miras detenidamente la frontera. Observas cómo las vías se dirigen hacía un fondo que se pierde en el horizonte, el hierro se arquea reduciéndose hasta convertirse en algo imperceptible. Desaparece hacía el interior de una concavidad desconocida. Has podido ver – hace escasas horas – el paraje donde llegan los rieles, donde el hierro se vuelve a doblegar, una y otra vez. Es un lugar un tanto extraño. Es entonces cuando puedes ver como las palabras viajan por el hierro oxidado, jugando a crear formas imposibles, mensajes que susurran gritos de guerra y paz, palabras redondeadas, punzantes, seductoras, en una amalgama de términos con los que nombrar. ¿Dónde nacen las palabras?. Miras la luz de la estación apagada y cruzas el lindar que separa las palabras del silencio. Sabes que has creado las formas imposibles que seguirán susurrando entre los hierros doblegados palabras de guerra y paz. Cruzas la frontera. Nunca será un adiós.

Esperando el eclipse

Esperando el eclipse, ese preciso momento en que el compás del tiempo juega con la luz. Es un intervalo de tiempo extraño, detenido. Un periodo de espera. Esperas que la luna nueva, la que no podemos ver, decline el destello de los cálculos y fórmulas del día a día, de esos minutos en que todo se sucede rigurosamente. Uno tras otro. Esperas la curva, el alabeo necesario para que tu mundo respire. Necesitas ese pequeño giro que orienta a tus sentidos hacía lo desconocido, te gusta lo singular, lo ignorado, lo escondido. Te gusta desvelar. Descubrir aquello que no puedes instalar en las esquinas de la cotidianidad. Sabes de la elipse, la has estudiado, dibujado y te has adentrado en sus formas circulares. Juegas en los movimientos. Inmersión y expulsión. Transitas entre la forma infinita y esperas el eclipse que alabeará esos bordes que encierran el placer de la maravilla porvenir, la que lo revuelve todo.

Al sudoeste

Compré dos tallos de bambú para situarlos al sudoeste de mis anhelos. Entrecruzados comparten el agua que les nutre, y crecen, muy detenidamente, solo perceptible a los tiempos de la mirada. De vez en cuando observo la fronda verde y la mido en relación a mis sueños. Las fantasías siguen creciendo, sí, el verde es más intenso, sí. Entonces descanso y anoto la verificación en el cuaderno de los deseos. Los tallos de bambú forman parte del paisaje que me acompaña mientras recito los ensalmos del vivir. He de confesar que no son los primeros, otros sucumbieron antes, cayeron entre el ocre que anuncia que algo se acaba. Creo que les faltó el agua cristalina, la mirada constante, el mimo necesario para que las raíces se enredasen en chácharas divertidas, en formas imposibles de separar. Sí enredarse complica, a veces, sólo a veces. Se revuelve todo y lo hace indescifrable. Las cifras y los instantes juegan a la interpretación y definen nuevas rutas. Los indicios te envuelven y te acarician suavemente para invitarte a dibujar en la cuartilla sus formas imposibles. Y empiezas a trazar, juegas a diseñar el espacio compartido y el verde emerge de entre las brumas.

Cartas de navegación

Llevas unos días pensado que has de cerrar las grietas de la terraza del jardín. Se han vuelto a abrir, la naturaleza siempre se abre paso, una y otra vez. Compras el cemento y lo sitúas justo en la puerta de entrada del comedor. Pasan algunos días y pasas saltando entre los resquicios. Miras la grieta. Sabes que se irá abriendo tan delicadamente como tú transitas. Llega el domingo de calma, abres la puerta, llenas de agua el cubo rosa y mezclas la mixtura en el azul. Te sitúas más allá del mediodía, diluyes las partículas grises y con la paleta, como si pintases juegas a tapar la cicatriz del espacio.

Te imaginas, por un momento que la línea que atraviesa el pavimento es parte de ti. Tú eres ahora el territorio atravesado. Y descubres todas las grietas, socavones y pequeñas incisiones que te recorren por dentro. Y juegas a cerrar, a curar, sabiendo que esas líneas y concavidades te pertenecen. Eres tu. Que la naturaleza siempre se abre paso. Pero también sabes que, de vez en cuando, es necesario cerrar, sellar, terminar y alisar la geografía por la que caminas. Quieres pasear sin trastabillar y para ello, has de disponer de nuevos mapas. Crear la carta de navegación. Has gastado los cinco litros y quedan algunas fisuras. Nada se hace en un día.