Surrender

Se entrelazan en la conversación palabras y memorias. Hace varios días que me observan, calladas y quietas en sus ovillos desmadejados. Sé que están ahí. Suelen despertar cuando Céfiro sopla los vientos de la primavera. Arrulladas por la brisa suave se desperezan lentamente, alzan la mirada y se sitúan en los lindes de tu esbozo. La oyes barbotear susurrantes y no alcanzas a entenderlas. Cotillean entre ellas, fisgonas y curiosas.

Vuelvo a la conversación que me lleva a los pretéritos sin pronunciar. Rebusco entre los hilos aquella imagen. La encuentro. No conocía su título, nunca lo necesité: Surrender. Me sitúo ante ella, la miro y me mira. Y evoco ese momento preciso en que me descubrió los desconsuelos, entre el azul y el rojo, el daño. Recuerdas. Me convertiste en agua. En torrente sin final anduve por la estancia.

Se acercó a ti sin mediar palabra en la siguiente sala y le entregaste la llave de su fortaleza, nunca te había dejado entrar y jamás forzaste la puerta. El silencio. Él te miró entendiéndolo todo y te entregó tu llave. Te rendiste en ese segundo, te fuiste sin decir adiós y te entregaste a la mar brava, al magma espeso en el que emerger en algunos noviembre extraños. Acomodada en la quilla de la nave cerraste la caja y guardaste la llave, entre la rendición y la entrega del rojo aterciopelado. Era dorada. En una tormenta perdiste la caja y la llave en algún lugar del norte.

Desvestida de aritméticas, de los cálculos que te explican, a veces, sigues siendo agua y el viento, el fuego y la tierra se acallan en el verde calma. Situada en el instante que se detiene en un cruce te encuentras. Y te preguntas por esa milésima y cómo y si girar el picaporte que abre compuertas. Preguntas al viento y no hallas respuesta. Entonces es cuando las palabras, sonrientes desde sus ovillos, te dictan en dulce murmullo los términos con los que nombrar. Y vuelves al mar, a ese infinito que nunca se puede acabar de explicar.

Crèdits: Surrender (Bill Viola). Cada emoción en su tiempo